Uno con los años se acostumbra
al péndulo inmutable agotando los segundos,
a esperar las alegrías que no arriban,
al vacío cotidiano, el cansancio sempiterno;
y al llanto manando para adentro.
Uno con los años se acostumbra
al añejo personaje del espejo,
al ceño de la frente destemplada,
a los ojos agotados, el pelo encanecido,
las rudas cicatrices de los brazos
y los insomnios acostados
en la propia almohada.
Uno con los años se acostumbra
a la mirada timorata
auscultando en lo difuso,
al nudo atorado en la garganta
y a sentir que todo el mundo
transcurre a las espaldas.
Uno con los años se acostumbra
a soportar el mal presente
confiando en un futuro
que no obstante será igual,
a ver que los billetes escasean,
los vecinos mayores de a poco claudican,
a contemplar indiferente las tragedias,
las crisis de valores y la cruda miseria.
Uno con los años se acostumbra
a la pérdida de amigos,
a no celebrar los cumpleaños,
a las permanentes piedras del camino,
a llenar con nostalgias los silencios,
cargar apenas obligaciones a la espada,
y a los pasos infructuosos día a día.
Uno con los años se acostumbra
a los adioses desabridos
las jornadas inmersas en el tedio,
el desgaste acumulado en los huesos;
a hacerse mil preguntas sin respuesta,
a la ausencia de un abrazo que sosiegue,
la sed del beso que no llega,
y …
a tenerla a nuestro lado
apenas entre sueños espaciados.
Versos libres.
Y uno con los años se acostumbra a la vida y su devenir... porque somos seres capaces de adaptarnos a ( casi) todo.
ResponderEliminarUn abrazo, Jorge.
Un gusto visitarte, amigo.