(Secretos de un “viejo verde”)
Si
advierto que esa mujer asoma en la lejanía,
este
añejo corazón acelera sus latidos,
una
profusa emoción atropella mis sentidos,
y
siento que en mi cerebro el buen juicio se extravía.
Ahí
me quedo mirándola como eludiendo mirarla,
persigo
sus movimientos, solapado, a hurtadillas,
embelesado
en sus senos, en su vientre, en sus rodillas,
y
me tienta la utopía de arrojarme a conquistarla.
Desde
la distancia admiro de su cuerpo cada curva,
su
blondo cabello al viento, tan reluciente, tan largo;
suspiro
apesadumbrado y con dictamen amargo,
reconozco
sin reparo lo mucho que me perturba.
Esos
ojos vivarachos preñados de joven vida,
y
esa sonrisa flamante, expresiva, generosa,
embelesan
mi cabeza, ¡mas realidad tortuosa!,
sé
que cualquier tentativa sería empresa perdida.
Su
caminar juvenil de paso alegre y confiado,
ese
traslúcido aroma a campo fresco y florido,
me
inspiran insanos sueños, pero entiendo compungido,
que
ella no pasa de ser un ilusorio pecado.
El
ver su figura aviva remembranzas en mi mente,
de
similares mujeres de mis épocas pasadas,
aquellas
si seducidas abordadas y besadas,
en
históricas jornadas de amor libre y vehemente.
Recuerdo
mi viejo ayer de joven altivo y brioso,
que
a toda mujer bonita abordaba sin rodeos,
con
elocuente palabra descubría mis deseos
y
robaba en ocasiones un momento lujurioso.
Mas
ahora que decir, - desventura de los años -,
encapotado
de canas en estos escasos pelos,
los
ojos desfallecidos tras robustos espejuelos,
la
mirada timorata y los modales huraños.
El
físico en decadencia, mi estómago acrecentado,
una
papada colgante, opacidad en un ojo,
el
andar algo inseguro, talvez con pasos de cojo,
depuesta
toda autoestima y el dinamismo agotado.
Hoy,
deslucida la piel y surcos mil en la
frente,
insólitos
pelos largos en las orejas y cejas,
las
manos también ajadas, carrasposas por lo viejas,
estos
hombros abatidos y postizo más de un diente.
Por
tanto cuando ella pasa y mi libido retorna,
ya
no tengo la osadía para lanzarle un flechazo;
prefiero
quedarme mudo a recibir su rechazo,
o
incitar en los escuchas una sarcástica sorna.
Y
cauteloso me quedo mirándola a hurtadillas,
ansiando
esa fruta fresca que saboreo a lo lejos,
oculto
en la muchedumbre, buscándola en los espejos,
obviando
que me sorprenda y sonrojen mis mejillas.
Traviesos
mis ojos caen en esos pechos turgentes,
que
se hinchan a su respiro cual impolutas esferas;
en
su cintura menuda y sus curvadas caderas,
en
esas piernas perfectas todavía adolescentes.
No
quiero que se me tilde de decrépito atrevido,
pero
si acaso accediera para mí sería inmenso;
y
cuando fantaseando en mi cerebro lo pienso,
se
me despierta por dentro cuanto ahora está dormido.
Me
sueño tanta belleza atrapada entre mis manos,
extasiado
en su regazo, poseído por su aliento,
aprisionado
en su cuerpo que calma el mío sediento,
haciéndome
revivir instantes hoy tan lejanos.
Entonces
rejuvenezco bebiendo su juventud,
el
durazno de su piel, su calidez genital,
que
me renuevan la vida me hacen de nuevo vital
permitiéndome
olvidar cuan cerca está mi ataúd...
…Pero
el ensueño se esfuma y caigo de esa alta
nube,
vuelven
mis pies a la tierra y lo mismo la cabeza;
aunque
otra vez a hurtadillas me recreo en su belleza,
pese
a que es apenas otra de tantas que nunca tuve.
Poema en cuartetos hexadecasílabos con hemistiquios 8- 8, poli rítmico.
Rima abrazada consonante ABBA
Felicitaciones maestro Jorge Toro Salazar por este maravilloso trabajo, digno de la buena poesía.
ResponderEliminarUn saludo desde Buenos Aires.