El abuelo, en su cama
hospitalaria,
desconoce los tantos familiares
presentes;
su memoria, confusa y hoy
precaria,
ni vislumbra, entre aquellos,
los amigos fervientes
que vivieron con él su lidia
diaria.
Se rumora que está bastante
mal,
que sus años no ayudan a
que vuelva a sanarse;
que requiere por ello el
hospital
y quizás le convenga, por
su bien, confesarse;
y que Dios le cobije en su
final. 
Al asecho se ven los
herederos,
que callados calculan por
igual sus opciones;
en la mesa: valores y
dineros 
y las fincas; que entregan
perentorias razones
para andar con arrestos rezanderos.
El abuelo requiere a la
enfermera
y le pide sereno que su
oxígeno quite,
porque quiere decirle, a
quien le oyera,
que agradece vinieran,
pero igual les repite
que lo dejen en paz hasta
que muera.
Su abogado, en poder del
testamento, 
apurado, de súbito, aparece
en la pieza;
y el abuelo refrenda el
documento,
donde dice que toda su
crecida riqueza
la dispone en favor del
harapiento. 
Amanece de nuevo y el
abuelo 
saborea silente la mañana
que asoma, 
en su silla de ruedas mira
al cielo
y agradece el silencio, pues
los suyos, ni en broma
aparecen, cumpliendo así
su anhelo. 
Jorge Toro Salazar
Poema
en cuartetos compuestos por endecasílabos y tetradecasílabos alternos (11-14-11-14-11)
Acentos
fijos en 3ª, 6ª y 10ª.
Rima
consonante ABABA, CDCDCD…
 
 
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