viernes, 28 de octubre de 2011

FANTASMA


Cuatro burdas paredes erigidas con fango
eran parco escenario del evento fatal,
en el eco lejano coreaban un tango
y en mi mano temblaba el veneno letal.

Súbita, la memoria - con mezquina cizaña -
de infinitos pesares atestaba mi ser
mientras, ociosamente, pretendía mi entraña
evadir los recuerdos de su trágico ayer.

La vidriosa humedad de mi llanto ahogado
opacaba el entorno del cubículo aquél,
mientras una bujía - en farol desgastado -
daba tétricas sombras a un vetusto anaquel.

Un antiguo reloj anunciaba la hora
con perenne tic tac tan puntual como quedo,
y ese frío punzante que a suicidas azora
se clavó entre mi alma transmitiéndome miedo.

Un camastro de fierro, de frazada roída,
una mesa y banqueta, de madera roñosa,
un antiguo almanaque y una cruz corroída,
observaban pasivas mi figura medrosa.

En mi sangre fluía tórrida adrenalina,
y el latir en mi pecho parecía explotar,
mientras gélidas gotas de una amarga salina,
por mi lánguido rostro se sentían rodar.

Un superfluo sonido escapó de mis labios,
un precario sollozo que no pude ahogar,
el lamento final por los muchos agravios,
un tardío reclamo antes de terminar.

Levantando la copa - insegura mi mano -
observé cautivado, tras su vidrio, el licor;
la fatídica pócima de brebaje malsano
que pondría final  a mi horrendo dolor.

Me detuve perplejo ante un fúlgido viso
que chocando el cristal se detuvo en mis ojos;
un contorno siniestro, impalpable, impreciso,
emergiendo de pronto, entre tórridos rojos.

Receloso y helado lo observé  transmutarse
en el bárbaro rostro de quien me hizo un idiota;
la mujer desalmada, que en lugar de ausentarse,
contemplaba triunfal  mi evidente derrota.

Con un rictus infame, presuntuosa, altanera,
y un reír despectivo de mordaz placidez,
me gritó con desprecio, siempre cínica y fiera:
¡eres un fracasado, mátate de una vez!.

Percibí tanto frío convirtiéndose en fuego
y un encono salvaje inundándome el alma,
arrojé mi brebaje implorando en un ruego
que el mismísimo cielo me otorgara la calma.

Fue plegaria infecunda, no aguanté su impudicia;
un inmenso rencor rebasó mi suplicio
y dejando la silla la busqué con sevicia,
deseando ahogarla, casi ausente de juicio.

Caminando en redondo quise localizarla,
impaciente, brutal, como bestia a su presa,
pretendía atraparla, golpearla y matarla
y acallar esa voz dentro de mi cabeza.

La busqué vanamente hasta por los rincones,
y grité como loco que me diera la cara,
que saliera a la luz, arguyera razones,
y una vez y por siempre su ruindad me aclarara.

Esperaba increparle su talante malvado,
y exigirle explicara su rencor homicida,
si al final me quedé abatido y callado
cuando con su traición acabó con mi vida.

Intentaba decirle que era innoble y canalla,
que llegó a mi vida solo por el dinero,
que me fue desleal y no tuvo la talla,
que era su corazón gélido como acero.

Yo, sincero, quería enrostrarle su trampa
y mirarla a los ojos al oír su respuesta,
que admitiera de frente su quimérica estampa,
su ambición y lujuria, su decencia supuesta.

Nunca obtuve descargos a mi prédica loca,
que furiosa retaba la espectral carcajada,
solo tantas injurias que lanzaba mi boca,
resonaban eternas en aquella morada.

De mi lúgubre estado empecé a reponerme
y mirando la escena razoné los sucesos;
y por fin entendí que era absurdo ofrecerme
a un suicidio insensato por tan pérfidos besos.

Contemplando el recinto me asaltó la sonrisa
al notarme tan frágil ante un vasto perjurio;
y elegí, cauteloso, pero obrando con prisa,
evacuar sin demora el grotesco tugurio.



Poema  poli rítmico en cuartetos tetra decasílabos compuestos con hemistiquios 7 - 7.
Rima alternada consonante ABAB 

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