jueves, 27 de octubre de 2011

JUAN CANTINA

Arrimé al café de la esquina,
para verme con mis camaradas,
y cumplir con la ansiada rutina,
de los viernes, las siete pasadas.

Los encontré sentados, libando,
-sin compostura ni dignidades-
un fino “whisky” de contrabando
y conversando banalidades.

Ya sentado, brindé con presteza,
distendido, contento, optimista,
predispuesta al solaz mi cabeza,
a la charla y la chanza bromista. 

Advertí, del todo despistado,
una incoherencia en el recinto
donde, siendo igual el decorado,
se sentía un ámbito distinto.

Me desentendí del parlamento
para comprender lo que ocurría,
y lo descubrí, en un momento,
cuando tanteé la melodía.

El piano se oía solitario,
pues nadie seguía su cadencia,
aquel golpeteo secundario
podía  notarse por su ausencia.

Sencillo, no estaba Juan Cantina,
- bohemio tan parco como extraño -
faltaba su imagen anodina,
absorta en su eterno desengaño. 

Siempre retraído, muy distante,
se sentaba solo frente al piano,
a escuchar el canto del cantante,
mientras divagaba en lo lejano.

Seguía el sonido con los dedos,
tocando a la par sobre la mesa,
- con intermitentes silbos quedos -
de inicio a final de toda pieza. 

Por ser un asiduo concurrente,
de martes a sábado infaltable,
se extraña que ahora esté ausente
sin causa o explicación confiable.

Nadie sabe que le habrá pasado
ni siquiera acuden los rumores;
es apenas claro que ha dejado
solos en el piano a sus cantores.

¿Qué extraña ruta habrá seguido?
se aburrió, marchó y está ya lejos,
o ha, por desventura, fallecido
como pasa a tantos pobres viejos.

II

Recuerdan que vino ya hace años,
sombrío, beodo y compungido,
cargando tangibles desengaños,
y el rostro mohíno del vencido.

Tomó un taburete cerca al piano,
pidió le sirvieran que tomar;
mostrando un sufrir tan meridiano
que de desazón llenó el lugar.

Dos años mantuvo su rutina
de caña, canciones y agonías,
mas, cuentan que cierta bailarina
del ron le apartó por muchos días.

Se fue unos diez meses -tal parece-
sin que se supiera de sus pasos,
pero de repente un martes trece,
volvió con su pecho hecho pedazos.
Peor esta vez que en la primera,
tomó cabizbajo su banqueta,
y con pesadumbre lastimera  
juró que se haría anacoreta…


Ahora, quince años han pasado,
el hombre dejó por fin su llanto,
y, cuentan que vive enamorado
de todo cantor y todo canto.

Hoy que nuevamente se ha perdido,
todos aseveran con certeza
que por una dama no ha partido,
dos mataron su alma y su entereza.

Al final noticias de su suerte,
llegarán mas tarde o mas temprano,
ojalá no sean de su muerte
y regrese pronto cerca al piano.


Nota: El piano al que se refiere este poema es el también conocido como rocola o gramola.

Poema poli rítmico en cuartetos decasílabos simples.
Rima consonante alternada ABAB... 

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