miércoles, 11 de septiembre de 2013

ENSUEÑO FATAL

Marta, como todos los días, está organizando el salón de extremo a extremo antes de abrir al público. Para finalizar, dispone unas rosas amarillas en el florero de la mesita central y rocía un ambientador discreto, con olor a pino. Ahora, con la peluquería impecable, baja al primer nivel y abre la puerta de acceso. De regreso, con mirada crítica reconfirma que todo está en orden, y entonces, complacida, se sienta y repasa sin mucho interés una revista femenina, mientras espera la aparición del primer cliente. Intuye, fruto de su experiencia, que en unos minutos aparecerá alguno y, con él, el inicio de su jornada. En efecto, no han trascurrido cinco, cuando escucha el din-don en el acceso a las escalas, anunciando a uno. Deja la revista en su sitio y se dirige al recibidor.

Escucha las pisadas de quien pronto aparecerá en el descanso, previo al tramo final de las escalas que conducen a su piso, dispuestas en ángulo recto frente a las primeras. Por el ruido de las pisadas, sabe que es un hombre. En ocho años ha aprendido a reconocer unas y otras.

Cuando éste vira en el recodo y empieza a subir el último trayecto, Marta, ahogada por la sorpresa, siente que se le acelera el pecho y le flaquean las piernas. Por fortuna, sus ojos le auxilian demostrándole que está equivocada. Agitada por el impacto, manifiestamente turbada y vacilante alcanza a balbucear: “Buenos… días…, bien…venido”.

El visitante la observa algo desconcertado con tan dubitativo recibimiento, pero sonríe amigable y, pasando los dedos entre su melena, le responde: “Gracias, necesito un corte”.

Ella, rígida, aún atontada, cae un cuenta de su desafortunado saludo. Para sus adentros se dice: tranquila, no es, no es él. Y eludiendo mirarlo señala la silla de peluquero mientras le dice: “siéntese, en un segundo lo atiendo”.

Él, de unos treinta y tantos años, alto y atlético, escudriña entre las revistas disponibles, selecciona una y se acomoda. Entre tanto, Marta se dirige al baño, entra, abre el grifo, empapa su cara y mirándose al espejo se repite: “es un cliente más, sólo otro cliente; es un cliente más…”. Toma una toalla para secarse, organiza al vuelo su cabello, respira profundo pretendiendo recomponerse y, todavía trastornada, reaparece en el salón.

Nerviosa, aunque decidida a sobreponerse, busca la capa, va directo hacia el cliente, sentado de espaldas y, extendiéndosela sobre el pecho, le pregunta: “¿Algún corte en especial?”

Mirándola a través del espejo, con seguridad le responde: “Corte clásico, a lo varón”. Mientras Marta anuda las tirillas del delantal sigue desequilibrada. El hombre lee la revista, con el rostro inclinado respecto al cristal. Ella vuelve a respirar profundo, queriendo recobrar la calma y concentrarse en su trabajo, pero no puede, observa en el espejo a ese desconocido que se le hace tan brutalmente familiar.   
    
Apenas presagia el torso y los hombros anchos bajo la capa, y una frente amplia de cejas espesas en la cabeza gacha. ¡Dios, cuanto se le parece! piensa, y por competo confundida, vuelve a preguntarle:” ¿Qué corte desea?”. Él, sorprendido levanta la vista, la mira a través del espejo y, con una ligera sonrisa, repite: “Clásico, muy de varón”.      
  
¡Jesús!, que coincidencia tan grande, vuelve a decirse, que rostro más igual, que seño más idéntico. Esos ojos, ese color de piel, esa virilidad agreste pero cordial, esa sonrisa etérea… casi creo que es él.  

“Oscar, Oscar…, tantos años sin verte, sin saber de ti. Cuantos amaneceres llorándote, cuantos días aciagos cargando la desazón de mi amor baldío. Te percibo en este hombre, su presencia reverdece tu recuerdo, ése que miles veces he intentado enterrar… ”

Toma maquinalmente el atomizador de agua, humedece el cabello y busca las tijeras; pero sigue transportada, con la cabeza en otra parte…El sujeto en la silla permanece sumergido en la lectura. Marta extiende y desliza sus dedos entre en cabello, toma un primer manojo y corta como autómata. En realidad está muy lejos, mente y dedos transitan otros mundos… Fantasiosa rememora un pecho de vello oscuro y espeso, un bajo vientre igual y un miembro erguido, imponente, vital… Y consecuente con esa treta de la imaginación, vuelve a advertir en su carne agitaciones de mujer, siente renacer su erotismo muerto...

Marta acaricia más que motilar, introduce sus dedos en la espesa cabellera, pero poco hacen las tijeras, apenas recorta unas míseras puntas, mientas continúa embebida en reminiscencias…Oscar, cuan grande a mis ojos y así mismo tan vil y miserable; cuanto júbilo a tu lado y dolor a tu partida, de que manera naufragué por ti. ¡Infeliz!, me dejaste convertida en piltrafa...

Ensimismada, ajena a la realidad, dominada por la saña reprimida, en respuesta a las emociones que la envuelven, hala con rudeza el cabello del inocente cliente. Éste, al instante reacciona y, mirándola extrañado, le espeta: “Mujer, cuidado, me lastimas”. “Perdóneme señor”, alcanza a decir, aunque permanece fuera de allí. Y al tiempo que separa los cadejos y corta con sapiencia los excesos, los recuerdos la persiguen y acorralan…

…Aquel día, siete años atrás, cómo olvidarlo si ahora existe un hijo que ha cumplido seis. Para entonces una empleada novicia, encargada de la manicura… Él llegó sonriente, fresco, bromista, en búsqueda de un servicio de uñas. Se sentó frente a ella, con ese encantador rostro que no ha logrado sacar de su memoria; atrevido le clavó sus ojos y, extendiendo las manos sobre la mesa, le dijo con descarado coqueteo: “pongo enteras mis manos a tu disposición, has con ellas lo que prefieras”. Ella, sintiendo un incendio en la cara, bajó la mirada y apenas pudo decir: “Por favor señor, póngase serio”. Él, reprimiendo la sonrisa y con un malhumor, evidentemente simulado, le contestó: “Así será señorita, por favor las recorta y les hace una buena limpieza, nada de esmalte”. Después se mantuvo mudo, mirándola con fijeza, mientras ella, sometida a esos ojos que la quemaban, pretendía concentrarse en aquellas manos, con su mirada esquiva, huidiza. Las acicalaba con profesionalismo, pero una irremediable excitación le sobrevenía al tocarlas, las adivinaba recorriéndola, deslizándose resueltas por todos los rincones de su piel. Percibió un ligero e incontrolado temblor y supo que la situación era insostenible. Casi instintiva se puso de pies y dijo: “discúlpeme un instante, enseguida regreso”. Rauda fue al baño, se encerró y, al abrir su blusa, en el espejo se reflejaron múltiples rosetas, delatando ardor sexual, aquél del que sólo sabía por referencias de amigas y folletines. Buscó unos tranquilizantes en el gabinete y los ingirió acompañados con unos sorbos de agua.

Después de dos arduos minutos regresó, disculpándose por la tardanza, pero el frenesí, en lugar de abandonarla, se hizo todavía mayor y su vulva empezó a  humedecerse. Al final de la labor, vertió abundante crema en sus manos y tomando las de él se dispuso a masajearlas. Oscar, abandonando su postiza frialdad, las atrapó entre las suyas. Marta, estupefacta, levantó la mirada y lo encontró, casi respirándole en la cara. Se supo indefensa e inválida, poseída por esos ojos inquisidores que la penetraban y esa boca carnosa que decía en un susurro: “Salgamos hoy”. Con el pulso desbocado, a duras penas pudo mascullar:¿Yo?. “Tú, al final de la tarde te recojo”. Ella se quedó muda, sin respuesta…

…Y empezaron cuatro semanas de locura, de un enamoramiento absurdo, una entrega sin fronteras, un éxtasis total. El amor la devoró, la hizo pensar en él cada minuto, hasta en medio de sus sueños. Estaba perdida, adquirió una agobiante dependencia, un anhelo enfermizo; solamente imaginaba esa boca robándole el aliento, esas manos apresando cada recodo de su cuerpo, ese miembro voraz empujando dentro de ella…

El hombre en la silla, ha vuelto a levantar sus ojos y contempla el rostro de Marta, quien se ve extraviada, lejana, mientras la mano, sumergida en sus cabellos, ejecuta un movimiento lento, suave, acariciante. “Señorita”, murmura, y con ello la hace descender de las alturas. “Perdón, me fui a otra parte”. “Eso veo”, le contesta. Marta retoma su tarea, concluye con las tijeras y busca la barbera.¿cómo prefiere las patillas? “cortas, hágalas como usted prefiera, pero cortas”. 

….Y de pronto, el final abrupto, ese rompimiento sin razones. Aquella tarde fueron a cenar y, al final, rompiendo con la habitual rutina de buscar un lugar para hacer el amor, simplemente le dijo, como si hablara con cualquier desconocida: “Se terminó, me voy”.

Ella supuso que había entendido mal: ¿Qué dijiste? “Me voy”, repitió él. ¿Te vas?, ¿adónde?, ¿porqué?, ¿cuantos días? La interrumpió:”No importa, me voy y no volveré.

No te entiendo, ¿qué ocurre?, ¿qué ha sucedido? Perpleja, desesperada en la silla, sintiendo que las lágrimas le llenaban los ojos, lo vio levantarse, poner unos billetes sobre la mesa y decir sin mirarla: “Olvídate de mí, lo siento, no hay nada que hacer”.

Quiso gritar, quiso atraparlo, colgarse de su cuello, retenerlo, así fuese amarrándolo con cadenas, pero no pudo hacer nada, se quedó helada, muda y llorosa. Petrificada en el asiento, inhábil para mover sus músculos, lo vio dirigiéndose a la puerta…

Revivió su aturdimiento, su desconsuelo, su desmedida pena; y le avasalló la misma agresividad que le sobrevino después, esa furia ciega nacida después de agotar las lágrimas, ese infinito dolor de mujer burlada…

El brutal alarido la devolvió a la sala. Manos y navaja estaban ensangrentadas, y un profundo corte, manando a chorros, atravesaba la mejilla de su cliente.



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