Cada
día regresa, ya en la noche,
su
mirada sin brillo, cabizbaja,
caminando
silente, por el borde 
del
atajo que lleva a su morada. 
Presurosa
-temiendo a los hampones-
abre
presta la puerta de su casa 
y
ya adentro coloca el picaporte
que
le brinde en la noche alguna calma.  
Es
su techo un cuartucho frío y pobre
con
apenas un baño, una jofaina,
un
fogón emplazado sobre adobes 
y
a manera de armario, varias tablas.
Ella
habita en los últimos rincones 
de
la inmensa ciudad en que trabaja,
de
la regia mansión de mil balcones
donde
están sus faenas cotidianas. 
Incontables
quinquenios, desde joven,
lleva
ya en las tareas de la casa
atendiendo
las múltiples labores 
y
caprichos dictados por su ama. 
Al
servicio de dos generaciones 
se
pasaron sus años, sin más nada; 
al
morirse, de viejos, sus señores
la
progenie insistió que se quedara.
Nada
espera que cambie o que mejore
en
su andar que llegó a edad de canas,
solo
vive sin ver un horizonte   
diferente
del hoy, al que se abraza.
Ella
intuye que pronto sus patrones
dejarán
de emplearla por anciana;
y
por ello llorosa reconoce
su mañana sombrío sin su paga.
Amanece
y mirando los albores
se
dirige al trabajo muda y lasa, 
aunque
igual -al llegar a esos portones-
deberá
transformar a bien su cara...
Poema en cuartetos endecasílabos. Acentuación
en 1ª y/o 3ª y 6ª y/o 8ª y 10ª.
Rima asonante abab continua en todos
los cuartetos, tipo romance doble.
 
 
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