jueves, 18 de agosto de 2011

OTONIEL


Antier se murió Otoniel
andariego de esta barriada,
uno más que no obtuvo nada
de esta desafecta babel.

Nadie lamentará su ausencia,
porque apenas era una sombra,
un andarín que nadie nombra, 
un desquiciado en apariencia.

Llevaba los hombros caídos,
la mirada siempre en el suelo,
paso presto, cierto recelo;
y figura de hombre vencido.

Apenas estaba aquietado,
sentado en el parque, silente,
al mundo externo indiferente,
en el suyo propio encerrado.

Bajo un árbol longevo y seco
pasaba las horas rezando
o - tal vez - apenas llorando
su devenir opaco y hueco.    

Su asiduo perro callejero
incansable y fiel tras su paso,
le seguía a un metro escaso
como exclusivo compañero.

Eran de similar linaje,
de semblantes descoloridos
comportamientos elusivos
y parquedad en el lenguaje.

Al aproximarse la puesta
regresaban a su morada,
una piecilla desgastada
casi al extremo de la cuesta.

Era un decrépito cuartucho
de cortos seis metros cuadrados,
sin ventanas, encajonado,
un agujero cuanto mucho...

II.

Socorristas del regimiento
accedieron a la guarida
y al hombre encontraron sin vida
frío, rígido y macilento.

Entonces se pudo saber
el cómo vivía Otoniel
e inventariado en un papel
quedó cuanto había que ver.

Un añejo colchón de paja
sobre un terreno polvoriento,
una burda mesa, un asiento,
y una nimia y vetusta caja.

Un fogón de un único puesto,
un negro perol, un pocillo,
un plato, cuchara y cuchillo
y una Biblia, el único texto.

Dos camisas, una ponchera,
un desteñido pantalón,
una barrita de jabón,
y algunas bujías de cera.

En la caja unas viejas notas,
amarillentas y borrosas,
varias fotos de hijos y esposa
y unas pulcras tarjetas rotas.     

Ello se encontró de Otoniel 
en la inspección de su casucha,
pero el cura, -su único escucha-
mucho más sabía de él.

III.

Otoniel desposó mujer,
y en ella concibió tres hijos, 
con que la vida les bendijo
años antes de empobrecer.

Los hijos partieron un día
dejando tan sólo sus fotos,
los sueños de los padres rotos
y la casa medio vacía.

Luego les llegó un mal momento
y con él jornadas amargas;
soportar tan pesada carga 
quebrantó a la madre el aliento.
    
Resistió Otoniel esa etapa
y aprendió lo que es soledad,
supo que no existe amistad
porque siempre en la mala escapa.

Él, batallador subsistió, 
carente de amigos su mano,
pero... una mañana temprano
su pareja se le murió.

Postrado enterró a su mujer,
sin sus hijos, que no acudieron,
si bien en tarjetas pidieron 
excusarlos y comprender.

Con su adorada esposa muerta,
por los suyos abandonado,
y sin amigos a su lado,
se confinó tras de su puerta. 

Herido por las decepciones,
vencido por el desconsuelo,
aprendió a mirar para el suelo
y a pervivir sin ilusiones.

Perdió su casa y finalmente
fue a parar a una madriguera
donde asimiló la manera 
de llevar una vida ausente.

IV.

Un día del cálido enero
bajo su árbol ensimismado,
se le aproximó desconfiado
un viejo perro callejero.

Inmóvil se quedó Otoniel,
mirando esa piel andrajosa
mas vio en la pupila medrosa
un penar igual al de él.

Amistoso tendió su mano,
"Perro" vacilante arrimó,
la palma callosa lamió
y supo del sabor humano.

"Perro" saludó con la cola, 
Otoniel le sonrió confiado
y en un santiamén al costado
ya su sombra no estaba sola.

El canino desde ese día
fue inseparable compañero,
y hasta su minuto postrero
le atenuó la melancolía.

V.

Ayer Otoniel fue enterrado, 
en un acto de caridad,
nadie concurrió, la verdad,
fue un ceremonial desolado.

No hubo pesos para un cajón,
tampoco para misa fúnebre,
fue un acontecimiento lúgubre,
sin dolientes ni procesión.

Jamás redobló la campana,
mucho menos hubo un cartel,
como un anónimo, Otoniel
terminó su existencia vana.

Un novicio cavó la fosa
al extremo de un cementerio,
enclavado en el monasterio
de una agrupación religiosa.

Sobre un devastado armazón
cubierto con una frazada,
bajo una tarde gris, nublada,
oficiaron la inhumación.

Se encontraban en el entierro
un sacerdote y sacristán,
el sepulturero, un guardián
y, por supuesto, estaba "Perro".

Ya el difunto en el hoyo abierto,
cayó una primera palada,
y de pronto, en zancada osada,
"Perro" se lanzó sobre el muerto.

Al chocar rompió su cerviz
pero, agonizante, doliente,
lamió del cadáver la frente
y al punto expiró el infeliz.


Epílogo

Ha comenzado un nuevo día,
por el barrio todo es igual,
pero, ya aquel par marginal     
no efectúa su correría. 



Poema en cuartetos eneasílabos, poli rítmico.
Rima abrazada consonante ABBA… (Salvo algunos plurales)     


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