miércoles, 11 de septiembre de 2013

TIEMPO DE SOBRA

Campillo abrió la puerta, miró calle arriba, calle abajo y enseguida, no sin evidente aprieto, se sentó en el quicio. Con ligero temblor en sus manos sacó un cigarrillo del paquete y encendiéndolo aspiró una profunda bocanada. Taciturno, lejano, con la mirada fija en el vacío, se extravió en la nada…

De pronto recordó aquel remoto día, siendo apenas un niño, en que su pelota escapó de sus manos y rodando por la pendiente se perdió en la curva de la esquina, mientras él la observaba impotente y angustiado. Cuantas lágrimas le produjo aquella pérdida, aquella inocua pérdida, tan crucial entonces. Sintió que ahora su propia vida bajaba por la calzada, igual de rauda y doblaba por aquella  misma curva...

Cuan inmenso lapso entre aquella primera pérdida y este hoy. Que desiguales circunstancias, pero que similar el sentimiento.

Hoy no tenía lágrimas para llorar, estaban agotadas. No, mentira, agotadas no sino rebeldes, empozadas en la garganta o más abajo, inundándolo por dentro. Bien sabía que unas lágrimas ya nada remediarían, pero también que, si le brotaran, le proporcionarían un pequeño desahogo.

Visualizando que su vida doblaba por la esquina y se perdía a sus ojos…. lo entendió todo, tuvo la certeza de que, igual que aquella pelota, ésta había escapado sin remedio de sus manos. Aún comprendiendo que era inútil, su endeble mirada, tras gruesos cristales, intentó vislumbrarla o por menos localizar sus huellas. El pavimento estaba igual,… ni un reconocible rastro sobre él. 

Se preguntó, sabiendo no tener respuesta, dónde y cómo se había consumido su existencia entera. Por qué entre sus infructuosas luchas y miles de sueños aplazados se le agotaron sus mejores años y tantos calendarios.

A estas horas ya no tenía luchas que afrontar ni sueños que alcanzar. Todo era pasado: la juventud y el brío, la voluntad y el deseo, la fuerza y el empuje, la tozudez y el arrojo. Le acompañaban apenas las huellas de su brega, diseminadas en un cuerpo ajado que insolente parecía burlarse del cerebro y sus ilusas órdenes.

Dio una última fumada y arrojó lejos la colilla. Se frotó las manos, resecas y callosas, igual que sus vivencias, y masajeó los muñones del anular y meñique, amputados hacía tanto. Las puso sobre sus muslos, contempló contrariado el extraño atlas de sus manchados dorsos y, al levantarlas apenas, un incontrolable temblor le reafirmó su precariedad. Apurado, como en ademán de rechazo a su insuficiencia, las introdujo entre las piernas.

El tiempo transcurría lento, demasiado lento. Nada por hacer, nada que esperar, nadie con quien estar. Sólo minutos interminables, horas interminables, días interminables… Le asaltaron las ensoñaciones, las reminiscencias del pasado…pero, veloz, casi ofuscado, regresó a su hoy. No quería recapitular ni enfrascarse en inútiles disquisiciones sin salida. En “si hubiera”, “si de pronto”, si aquél día”...

 Un viento frío le azotó los brazos y la cara. Apoyándose en el bastón se puso de pies, penetró en la casa y cerró la puerta. Fue hasta la cocina a  prepararse un café.  

El helado acero del pesimismo le envolvió la carne y penetró sus huesos. Cuanta soledad, cuanta insulsez, cuanta nadería, se dijo, mientras encendía un nuevo cigarrillo y se sentaba a la mesa.

Como hipnotizado, se quedó mirando el ondulante humillo que ascendía pausado, mientras la picadura se quemaba lenta sobre el cenicero. Tuvo la sensación de estar dentro de un inmenso sarcófago, gris y hermético, que le bloqueaba los sentidos, clausurando sus espacios y ahogándole su resto de vida. Mientras sorbía de a poco el amargo del café, le rondó de nuevo aquel clamor desde el fondo de la entraña, demandándole la perentoria necesidad de dar la cara y sincerarse. Por fin, cansado de evadirse, aceptó enfrentar los hechos y manso se introdujo en aquellos terrenos que evitaba recorrer… Allí le asediaba ese tantas veces eludido interrogante. ¿Cómo había desembocado en este presente desabrido? Entre sorbo y sorbo, se cuestionó.

Sobre el armario del comedor estaban las fotos que demarcaban los pilares más importantes de su vida. Allí se resumían sus vivencias, su existir. Cuatro fotografías, cuatro huellas indelebles tatuadas en el alma. 

En la primera, la más antigua, color sepia y ya borrosa, se veía apenas infante, acompañado por sus padres. ¡Cuántos años atrás! Los viejos habían sido vitales para él, pero se fueron pronto; apenas a los quince quedó huérfano, marcado con la humildad y los ilusorios sueños que ambos le legaron. Solo y con una herencia de privaciones y pobreza, emprendió la búsqueda de un espacio donde arrinconarse. Bueno, al fin pudo lograrlo y encontró un camino entre trajines e ilusiones. Retornó a la vetusta casa de sus tiempos de niño y allí conformó su propio hogar. Qué podría decir?, Qué le producía aquel recuerdo de una niñez corta y una madurez prematura llena de luchas diarias?…Apenas una muda nostalgia por sus progenitores y por aquella antigua fortaleza que envalentonó su caminar a tientas por el rudo mundo que le tocó afrontar de pronto. Sonrió apenas, como reconfortado con ese tramo de su vida, y sintió una paz interna al recordar ese capítulo. Esa parte de su historia no reñía con su ser ni habría porqué atribuirle nada.
  
A continuación, la fotografía de sus hijos, aún pequeños, su Juan y su Lucía, unos treinta años atrás.  
La nostalgia le inundó al rememorarlos enlazados a su cuello. También los besos, lágrimas y promesas al instante de sus despedidas, cuando partieron en búsqueda de sus propios sueños. Muchos años le alejaban de esa época, demasiadas vueltas del reloj, incontables noches desde sus últimos abrazos. Hoy, de ellos, quedaban sólo sombras, apenas cartas amarillentas y una aceptada comprensión de su indolencia. Ni juzgaba ni pretendía reclamar nada. Así es la vida, pensó, cada quien busca la suya, camina su sendero, guerrea su propia guerra y elige sus trincheras. Es el curso natural, es lo que siempre, desde siempre, ha dictado la realidad. No, esa cruda verdad no era causante de lo suyo. Lo había comprendido en su momento y ahora no existía razón para cambiar.

Una tercera fotografía lo mostraba sonriente, rodeado de compañeros de trabajo.
¿Sería ese el motivo?, ¿Su jubilación anticipada por deficiencia orgánica crónica? Tal vez,… había sido muy traumático el sentirse incapaz, el saberse menguado, si bien con un sustento asegurado hasta la muerte; pero…relegado, declarado inhábil. Tuvo un agasajo a su despedida, con palmoteos en el hombro, aplausos y palabras de aliento…. Los amigos de siempre poco perduraron, tal vez un mes, los más seis; luego… desinterés, aislamiento y olvido. Obvio, había sido duro, sin embargo… no demoledor; la vida mantuvo su sabor: sabor a hogar, a compañía, a caricia, a pláticas interminables y hasta a encuentros sexuales algo menguados pero todavía deliciosos.

La última fotografía era de su esposa. Amoroso la contempló ¿Fue por la pérdida de Leticia?
Sintió que se auto propinaba un golpe en la quijada… y en el hígado… que se doblaba adolorido y un mazazo le rompía el alma. Para qué habría de negar lo innegable; aquello malogró su mundo, con su muerte perdió el tesoro que hasta ese minuto no había apreciado cabalmente. Si, con ello colapsó el pequeño jardín que embellecía su existencia. Sin Leticia sólo percibía un opaco y extensísimo vacío, un desierto sin fronteras, un desgano insoportable, un vegetar sin sentido.

Volvió a sentir un caudal de lágrimas empozándosele adentro y un carraspeo en la garganta. Abandonando la silla, fue a la habitación, tomó la almohada de su ausente compañera y la estrechó contra su pecho.

El tic-tac del reloj siguió marcando segundos infinitos… 



3 comentarios:

  1. Mnnnn, me quedé con ganas de leer más, triste historia que hace juego con el chis chas de la lluvia, en mi planeta .

    ResponderEliminar
  2. Un gusto encontrarte en mis prosas Elba. Por ahí hay otras historias que te podrían agradar.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Un gusto encontrarte en mis prosas Elba. Por ahí hay otras historias que te podrían agradar.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar