Apenas
tenue luz filtraba la ventana
y
sobre blanca sábana su cuerpo reposaba.
Miré
el paraíso de su perfecto cuerpo:
su
dulce piel desnuda, sedosa cual ninguna, 
y
su cabello negro y su mirada bruna. 
Estaba
contemplándola, también igual, desnudo, 
y
su mirada ansiosa me requirió cercano.
Llegué
hasta su cama y me senté callado
mirando
fijamente sus ojos codiciados.
Entonces
con mi mano acaricié su rostro,
su
frente, sus mejillas, los bordes de sus labios;
y
luego, deferente, besé su grata frente, 
al
tiempo que mis dedos mecían sus cabellos. 
Mis
labios recorrieron sus cejas agraciadas 
sus
pómulos y párpados, sus sienes y sus lóbulos; 
y
luego, con un beso, le desaté deseos. 
Febril
busqué su cuello y lo besé con fuego;
sentí
que estremecía y tenue suspiraba.
Mis
dientes le mordieron -despacio y con esmero-
los
hombros y los codos, las manos y los dedos.
Trabé
sus dos muñecas por sobre su cabeza
y
fui por sus axilas besándola con ansias…
Sus
senos encumbrados -turgentes  y medianos-
prodigios
de la vida, sin par, a mi medida, 
irguieron
sus pezones; y ansioso, apasionado, 
sorbí
como un hambriento, con loco paroxismo,
en
tanto sus suspiros colmaban el ambiente. 
Rodó
por su costado mi lengua sublevada
buscando
aquella curva de su sutil cintura  
y
en su sensual ombligo jugueteó mi boca…
Oí
cuando gimiendo con fáctica emoción 
clavó
sus fieras uñas en mi indefensa espalda.
Seguí
de largo y fui bajando por sus muslos
con
besos reiterados y palmas en acción. 
Llegado
hasta sus pies, acaricié sus dedos 
y
le mordí con tiento sus dóciles tobillos… 
Después
subí muy lento lamiéndola con ansias;
frené
en sus rodillas y las mordí gozoso
sintiendo
que temblaban y el cómo igual clamaba.
Entonces
ascendí -mi lengua minuciosa -
y
abrí sus tensos muslos para beberla toda.
Y
me lamí su vino, exquisitez suprema, 
la
prueba del placer que siempre le indujera.
Entonces
suplicante pidió que la tomara
y
presto, complaciente, del todo enajenado, 
subí
y vi su rostro que con ardor me instaba 
a
penetrarla toda, a hacerla solo mía.
Mis
brazos en su cuello, mis ojos en sus ojos,
sus
manos en mi espalda,  sus labios en los míos…
y
la besé con brío y me robé su lengua
y
toda su saliva que me dispensa vida.  
Preciso
en ese instante la penetré con fuerza;
sentí
su leve queja y luego aquél gemido
gozoso
 y ascendente, señal de su placer, 
y
augurio del cercano y colosal orgasmo
que
para más deleite logramos a la par.
Quedamos
extenuados, sonrientes, satisfechos
rocé
su hermosa tez, besé su clara frente 
Y
me bebí a sorbos su humedecida piel… 
Mas
tarde en la ventana apareció la noche,
la
luna no asomó a iluminar la escena… 
Y
en las completas sombras dormimos abrazados   
sintiéndonos
cercanos y ansiando el nuevo día.
 
 
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