domingo, 19 de febrero de 2017

LA LUNA NO ASOMÓ

Apenas tenue luz filtraba la ventana
y sobre blanca sábana su cuerpo reposaba.

Miré el paraíso de su perfecto cuerpo:
su dulce piel desnuda, sedosa cual ninguna,
y su cabello negro y su mirada bruna.

Estaba contemplándola, también igual, desnudo,
y su mirada ansiosa me requirió cercano.
Llegué hasta su cama y me senté callado
mirando fijamente sus ojos codiciados.

Entonces con mi mano acaricié su rostro,
su frente, sus mejillas, los bordes de sus labios;
y luego, deferente, besé su grata frente,
al tiempo que mis dedos mecían sus cabellos.

Mis labios recorrieron sus cejas agraciadas
sus pómulos y párpados, sus sienes y sus lóbulos;
y luego, con un beso, le desaté deseos.

Febril busqué su cuello y lo besé con fuego;
sentí que estremecía y tenue suspiraba.
Mis dientes le mordieron -despacio y con esmero-
los hombros y los codos, las manos y los dedos.

Trabé sus dos muñecas por sobre su cabeza
y fui por sus axilas besándola con ansias…

Sus senos encumbrados -turgentes  y medianos-
prodigios de la vida, sin par, a mi medida,
irguieron sus pezones; y ansioso, apasionado,
sorbí como un hambriento, con loco paroxismo,
en tanto sus suspiros colmaban el ambiente.

Rodó por su costado mi lengua sublevada
buscando aquella curva de su sutil cintura  
y en su sensual ombligo jugueteó mi boca…
Oí cuando gimiendo con fáctica emoción
clavó sus fieras uñas en mi indefensa espalda.

Seguí de largo y fui bajando por sus muslos
con besos reiterados y palmas en acción.
Llegado hasta sus pies, acaricié sus dedos
y le mordí con tiento sus dóciles tobillos…
Después subí muy lento lamiéndola con ansias;
frené en sus rodillas y las mordí gozoso
sintiendo que temblaban y el cómo igual clamaba.

Entonces ascendí -mi lengua minuciosa -
y abrí sus tensos muslos para beberla toda.
Y me lamí su vino, exquisitez suprema,
la prueba del placer que siempre le indujera.

Entonces suplicante pidió que la tomara
y presto, complaciente, del todo enajenado, 
subí y vi su rostro que con ardor me instaba
a penetrarla toda, a hacerla solo mía.

Mis brazos en su cuello, mis ojos en sus ojos,
sus manos en mi espalda,  sus labios en los míos…
y la besé con brío y me robé su lengua
y toda su saliva que me dispensa vida.  

Preciso en ese instante la penetré con fuerza;
sentí su leve queja y luego aquél gemido
gozoso  y ascendente, señal de su placer,
y augurio del cercano y colosal orgasmo
que para más deleite logramos a la par.

Quedamos extenuados, sonrientes, satisfechos
rocé su hermosa tez, besé su clara frente
Y me bebí a sorbos su humedecida piel…

Mas tarde en la ventana apareció la noche,
la luna no asomó a iluminar la escena…
Y en las completas sombras dormimos abrazados   
sintiéndonos cercanos y ansiando el nuevo día.


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